martes, abril 29, 2008

Recobrando la memoria

Hace demasiado tiempo de esto:


El Dios imaginario (Fragmentos)


Estas, las paredes que se levantan de día a noche y en toda dirección, me han sumergido en el circunstancial letargo de una infinita contradicción. Vivo oculto, alejado de cualquier realidad tangible. He sido confinado a la más desértica de las estancias que la humanidad haya imaginado nunca. En cada una de estas noches interminables que han acompañado mi destierro, he fantaseado con la tierra dibujando colosales elipses sobre un eje invisible, rodando sobre formas simétricas posibles, aunque improbables. Desde este reducto he visto la historia deformarse hasta desaparecer en los pasillos fugaces del tiempo. Horas, días, años, siglos enteros parecen haber muerto en un destello, aunque, a ciencia cierta, no me atrevería a asegurarlo.

Desconozco cuál fue el motivo para tan descomunal designio, solo sé que me ha obligado a deambular como una quimera entre los pasajes de un gigantesco meandro. Una matemáticamente confusa acumulación de muros y obstáculos me impide de la luz.

Muy a pesar de esta oscuridad, mi mente aún evoca fragmentariamente migajas de una existencia exterior. Resistiendo el embate del olvido, muchas de esas vivencias se han extraviado en las numerosas bifurcaciones que componen este portento, otras todavía persisten, aferrándose pies y manos, a las capas más profundas de esta construcción incierta. A veces, cuando llegan hasta la superficie los ecos de sus agonizantes gemidos, siento que el encierro me vence aún más. Interiormente, sé que parte de mi se va muriendo con ellas, que me voy haciendo más imposible, más lejano y poco a poco, me voy hundiendo más profundo en la cerrazón que me rodea.

De alguna manera, saber que olvido, es saber olvidarme un poco también, es por eso, que a estas imágenes que se vuelven recurrentes en un presente continuo, no son, ni podría llamarlas recuerdos. He olvidado, casi sin quererlo, he sido olvidado.

No sé cuantas veces me he planteado la posibilidad de escalar hasta lo más alto de este claustro. A cada intento, camino apoyándome en los muros, considerando cada centímetro, recordando y enumerando cada imperfección que las gastadas yemas de mis dedos logran diferenciar. Así vago distancias que supongo enormes, hasta que, vencidas mis piernas, me dejo caer y lloro desconsoladamente sabiendo que no puedo seguir engañándome; Sufro condenado en una gran esfera que se reinventa sobre mis pasos. Tan circular que he desandado los mismos caminos un millar de veces. Tan pequeña, que a cada avance en cualquier dirección, siempre estaré retrocediendo hacia la nada. Nada, contradictoriamente, es mucho más de lo que existe. Sumido en esta desesperación, muchas veces he rogado que esto solo sea un sueño laberíntico del que despertaré en algún momento; jadeante y transpirado correría a los brazos de mi madre para que me acariciara el pelo, me arrullara contra su pecho y me dijera al oído: "Ya pasó, ya pasó, vuelve a dormir". Pero he despertado tantas veces, jadeante y transpirado y el laberinto sigue ahí; inacabable y hermosamente circular. (...)