viernes, febrero 10, 2006

Testigo de fe

A lo lejos, el olor a sangre fresca se mezcla con el polvo que va levantando la procesión: Es día de sacrificios, la jauría lo sabe y se deleita ensayando dentelladas y aullidos furibundos que erizan la piel de los más pequeños. La viga, arrastrada en gran parte del camino, ha ido abriendo una huella; el sendero que seguirán los demás.Es viernes, la bruma arranca a la tarde sus mas preciados jirones, mientras él camina desnudo y solo, en cuerpo y alma. Hay en la oscuridad de sus ojos una extraña calma; Un profundo mar que aguarda sereno el relámpago que desate la tormenta. Y que inevitable como es, no puede mas que resignarse y esperar. Cae, vencido por la desproporcionada carga, una, dos, tres veces. Tres veces su barba besa el suelo del hombre.Camina. Su maníquea figura sigue intacta, indolente al pulso de los minutos. A su espalda, dos milagrosas peregrinas que, inertes a la locura de la vida, van lavando, piel abajo, su miseria. Descansa, cierra los ojos y confía.Una parábola se ilustra en el aire y desciende en picada mortal, raja el paño celeste y se corta en un alarido ahogado. No es un grito, apenas un quejido sordo que va perdiéndose en el anonimato de un susurro. Silencio, se han acallado las voces. No son de sangre esas lagrimas que florecen en su flanco. No es el fuego que nace del negro delirio de sus ojos. Es un suspiro, es la duda creciendo en su cuerpo. Es su fe que se estremece ante el destino irrevocable de su divinidad. Son sus entrañas que se retuercen, a milimétricos intentos de flaquear. ¡Grita!, el dolor jaquea su fuerza ¡Grita tu que puedes y pide clemencia!, ¡Grita ahora que sabes cuanto duele ser hombre! En lo más íntimo de tu arrogancia aún vive un Adán ¡Grita y date por muerto, al final!. ¿Soberbia o valor?, ¿Orgullo o voluntad? Silencio...Cae de rodillas la gloria, entierra a su paso una historia de decepción, impotencia y desconsuelo."Y mi carne se hizo tu carne, y mis ojos fueron los tuyos".Nuestros mutilados cuerpos se abrazaron en el aire formando una cruz al llegar. Apenas una gota de tu sangre para mojar el suelo y germinar un imperio de pastores y palabras. Una lagrima mía le puso humanidad a tu realeza, ese mismo
viernes gris, bajo el cielo atormentado de Judea.

René Pérez Ampuero - Marzo de 2003