jueves, noviembre 02, 2006

Apenas María


Apenas María (Fragmentos)



A los amigos.

Sí, “Borges” dice cuando se refiere a él, como si los años de intimidad no hubiesen podido roer ese muro silencioso y enigmático que rodeó a uno de los más célebres y perfectos escritores de nuestro tiempo. Ese "Borges" que retumbaba en tono porteño y que, a algunos, nos estremecía al recordar que esa misma voz supo ser la extensión de sus ojos cuando “una terca neblina le borró las líneas de la mano” y “la tierra fue insegura bajo sus pies”. Kodama reía y se entorpecía con algunas palabras, pero "Kodama" no me interesaba, no al menos esa mujer de rasgos orientales sentada a escasos metros de mí. No era ella el tema en discusión; fui por Borges (sí, así he sabido llamarlo, a pesar de tantos años de silenciosa cercanía). Fui curioso, o más bien morboso, a ratificar esa inexacta referencia que uno puede hacerse de una persona con quien se mide a la distancia pero que le es, bajo otras circunstancias, desconsoladoramente desconocida. No, no fui a ver a la viuda del escritor, fui a conocer a Borges desde su intimidad. Porque ver a su mujer es, de considerables maneras, hacerse una idea del hombre más allá del mito, ese humano estepario y errático, pero sagrado, que uno no se permite imaginar. Kodama, mal que nos pese, es el Borges que nos queda, no lo que nos queda de él.

Íntimamente hubiese querido que me reconociera, sin conocerme por supuesto. Digo, mirar en mí a otro Borges, no física ni estéticamente, sino como heredero de sus gustos, sus manías, su extraña forma de ver el mundo: la admiración es una especie de mimetismo, de ahí este excéntrico afán que no es más que simple vanidad. Pero no, no fuimos capaces de reconocernos en una delgada coincidencia. Esa desazón llamada espanto.

La esposa de Borges era apenas María, una mujer delgada, tibia, un poco tonta (a juzgar por sus respuestas) y sentimental, exasperantemente sentimental.