Las nueve y treinta.
Lo último que recuerdo fue la cercanía del asfalto entrando por mis ojos. Luego, un cierto vacío. Un abrir y cerrar de ojos. Una cama, una habitación blanca, el penetrante olor a formol y desinfectante y un reloj que marcaba las nueve treinta.
Vencido por la fatiga, dormí. Desperté en la misma habitación, en la misma cama, con el mismo olor a formol y desinfectante, el reloj que aún marcaba las nueve treinta… y un temor enorme a preguntar si son las pilas.
1 comentario:
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